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CLIMA

Navidades blancas: una herencia
de la época victoriana

Una de las sugestivas ilustraciones sobre la historia de las navidades y Santa Klaus que aparecen en el Libro del clima, de Blume, una de las grandes obras mundiales sobre la materia.

Una imagen insólita de Barcelona: esquiadores en la plaza de Cataluña durante la copiosa nevada del día de navidad de 1962. (Foto: Archivo del diario La Vanguardia)

Escaparates, tarjetas de felicitación, manteles, papel de regalo... Todo nos dice que las navidades son blancas, con la nieve como protagonista de fondo para las hogareñas escenas en las que cada familia se reúne en torno a una misma mesa en los días más entrañables del año. Pero pocas veces nos hemos parado a sopesar el hecho cierto de que las navidades, salvo excepción, no son blancas, no sólo en España, sino tampoco en capitales como París y Londres, donde la nieve no es algo habitual. En Madrid, Barcelona o Valencia,, las navidades vestidas de blanco sólo forman parte del anecdotario, pero en nuestra concepción parece que lo hayan sido siempre, quizá por el hechizo y la magia que impregnan los paisajes nevados, motivo de alegría compartida para todo el mundo, desde los niños chicos hasta sus abuelitos.

La Inglaterra victoriana

Entonces, ¿de dónde viene realmente la imagen vigente de las navidades blancas? Seguramente, en todo o en gran parte, nuestras navidades virtuales sobre la nieve son una herencia de la Inglaterra victoriana, herencia que compartimos con el resto de Europa, donde su concepción arraigó a lo largo del siglo XIX y no se ha abandonado desde entonces. A primera vista, esto también podría parecer sorprendente, ya que tampoco en Inglaterra —salvo en el norte y las zonas más frías— la nieve es frecuente. Desde luego, en la actualidad, cada vez que nieva en Londres el acontecimiento se convierte en noticia, por lo que realmente tampoco allí puede hablarse de navidades blancas. Ahora no, pero antaño sí. La clave está en que el clima era distinto durante el siglo XIX, que fue escenario de las últimas acometidas de la llamada Pequeña Edad de Hielo, que arrancó en el siglo XVI y tuvo su máximo en el XVII. En ese periodo el clima fue mucho más frío que en la actualidad, con rigores invernales extremos en el hemisferio norte, incluida la templada península Ibérica. No es que nevara a menudo a orillas del Mediterráneo, pero sí con cierta periodicidad, y las temperaturas medias en toda España eran más bajas que en la actualidad.

En la obra de Charles Dickens

Más al norte, los fríos fueron muy notables. Tanto, que durante el periodo aludido sí que nevaba con frecuencia en Londres y el resto de Inglaterra. Algunos de esos inviernos tan crudos coincidieron con la vida del escritor Charles Dickens, quien trasladó los recuerdos a sus obras —en especial Cuento de navidad— y se erigió en el gran embajador universal de las navidades blancas, que se difundieron por toda Europa y, además de haber perdurado hasta el presente, resulta evidente que todo el mundo está encantado con esa concepción un tanto contradictoria.

Las nieves londinenses de la época victoriana —la reina Victoria fue la que más tiempo estuvo en el poder, ya que lo hizo durante 64 años— coincidieron con la era de mayor expansión de Inglaterra, y su influencia en el resto del mundo fue muy clara. No es difícil, pues, comprender que hayamos heredado de aquella época nuestro propio mito sobre las navidades blancas,a pesar del hecho indiscutible de que las condiciones climáticas cambiaron bruscamente con el paso del siglo XIX al XX. Ese cambio no afectó solamente a la Inglaterra en la que nació la concepción victoriana de las navidades, sino que también queda reflejado en la desaparición paulatina de los populares neveros que se utilizaron durante los siglos XVIII y XIX en la Comunitat Valenciana, Murcia y otras zonas del Mediterráneo. Aquellos pozos servían para guardar la nieve y el hielo y comerciar con ellos antes de su industrialización, y es evidente que las frías condiciones climáticas de esos dos siglos favorecieron claramente su uso en lugares como la sierra alicantina de Mariola y el interior de Valencia y Castelló, algo impensable en las cálidas condiciones del siglo XX.

Así pues, las navidades blancas existieron de verdad en el pasado, y aunque ahora no sean así, no queremos desterrarlas de nuestra memoria. Tal vez el clima nos dé alguna sorpresa de vez en cuando y la fantasía se haga realidad en el momento menos pensado.

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