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ASTRONOMÍA

Venus: un mundo donde el día dura un año

Venus desde la sonda espacial Galileo, fotografiado con filtro ultravioleta. (Foto: NASA/JPL)

El volcán Sapas Mons de Venus, en una imagen elaborada a partir de los datos de la misión espacial Magallanes de la NASA. (Foto: NASA/JPL)

Conjunción de la Luna (el astro más brillante), Venus (segundo en brillo) y Júpiter junto a la cúpula del Very Large Telescope (VLT) del European Southern Observatory (ESO), en Cerro Paranal, Chile. (Foto: ESO/Yuri Beletsky)

Su sugestiva imagen en el cielo es un engaño. El Lucero del Alba, el seductor astro que resplandece como ningún otro a excepción del Sol y la Luna, es en realidad un infierno. La temperatura allí supera los 450 ºC y la presión atmosférica es 92 veces mayor que la que soportamos en la Tierra al nivel del mar. En el Sistema Solar no hay un lugar tan hostil como Venus, del que hasta bien entrado el siglo XX se creía, curiosamente, que era un hermano gemelo de la Tierra. Su atmósfera es una espesa ponzoña de anhídrido carbónico, nitrógeno y dióxido de azufre entre otros gases, pero antes de que pereciésemos al intentar respirarla quedaríamos derretidos en el mayor horno cósmico que se conoce. Carl Sagan, el divulgador científico que popularizó la astronomía como nadie en los años 70 y 80, propuso sembrar Venus con algas para que absorbieran su excepcional efecto invernadero. Creía que al cabo de un tiempo la temperatura se equilibraría y acabaría siendo un planeta más acogedor, aunque seguramente lo suyo era una quimera.

Superficie oculta

En Venus se da una gran paradoja: en la antigüedad fue el planeta mejor estudiado, pero con la invención del telescopio se quedó el último. La explicación es que siglos atrás, antes del telescopio, era el planeta más sencillo de estudiar gracias a su brillo. Los sabios del firmamento tenían fácil seguir su evolución, aunque a veces se confundían porque sus cambios de posición lo mueven periódicamente del cielo matutino al vespertino. El problema, no obstante, llegó al orientar los telescopios hacia él. Su atmósfera es tan espesa que lo único que se ve es una bola blanca y brillante sin ningún detalle superficial. Por eso, Venus fue el gran enigma de los tiempos heroicos de la observación telescópica, en los que los astrónomos descubrieron lo importante de Marte, Júpiter y Saturno, pero apenas nada sobre Venus. Al ser el planeta más cercano a la Tierra, en determinados puntos de su órbita muestra fases como la Luna, es decir, que sólo se ve iluminada una parte de su superficie. Es lo poco que pudieron ver Galileo y los demás astrónomos que le siguieron después en el uso del telescopio hasta nuestros días. Hoy la cosa no ha cambiado en ese aspecto; si echamos un ojo a Venus por un telescopio no vemos detalles como en Marte. Sólo algunos filtros ultravioleta permiten distinguir pequeños cambios en la densa estructura nubosa que envuelve el planeta, pero poco más.

Naves espaciales rumbo al infierno

Lo que sabemos de Venus en la actualidad se debe a algunas de las infortunadas sondas espaciales que se han enviado hasta allí, como las norteamericanas Mariner, Pioneer y Magallanes, y la saga rusa de las Venera. Infortunadas porque, salvo las que se mantuvieron en órbita sin descender a la atmósfera, ninguna ha sobrevivido al averno venusiano, aunque, eso sí, antes de quedar destruidos y pasar a la historia, estos ingenios espaciales han tenido tiempo para revelar los datos básicos de nuestro vecino planetario. Gracias a ellos sabemos que el teórico hermano gemelo de la Tierra no sólo no parece hijo del mismo padre, sino que es un mundo opuesto al que habitamos. En lo único que se parecen es en su tamaño, ya que nuestro planeta tiene un diámetro ecuatorial de 12.756 kilómetros y el de Venus es de 12.104. En su horneada superficie hay montañas espectaculares y grandes llanuras, con un vulcanismo extraordinario que ha producido, entre otros colosos, el río de lava más grande del Sistema Solar: Baltis Vallis, de casi 7.000 kilómetros de longitud. La nave Venus Express de la Agencia Espacial Europea (ESA) ha confirmado, a su vez, que en las nubes de ácido sulfúrico se desatan tormentas con rayos gigantescos.

El día y el año de Venus

Pero, al margen de sus hostiles condiciones ambientales en la superficie, Venus mantiene intrigados a los astrónomos por algunas de sus singularidades orbitales. Su periodo orbital, o sea, su año, es de 225 días en lugar de los 365 de la Tierra. Hasta ahí todo en orden, ya que está más próximo al Sol. El misterio es que mientras un día terrestre tiene 24 horas, el de Venus es de 243 días. O sea que la Tierra da un giro completo sobre su eje de rotación en 24 horas (un día terrestre) y Venus lo hace en 243 días. Por tanto, el día venusiano es más largo que el año, ya que el primero equivale a 243 días terrestres y el segundo a 225.

Pero la cosa no acaba ahí. La segunda parte del misterio es que, a diferencia de la Tierra y la mayoría de los planetas, Venus tiene rotación retrógrada, esto es, que el giro sobre su eje lo describe en el sentido de las agujas del reloj, lo cual lo convierte, junto a Urano, en la excepción del Sistema Solar. Asimismo, su eje de rotación está inclinado casi 180 grados respecto al plano vertical, por lo que se mueve en su órbita prácticamente como si estuviera boca abajo. Y debido a la combinación de sus periodos de rotación y traslación, así como a la inclinación de su eje, en Venus el ciclo día-noche dura aproximadamente 117 días terrestres. Además, y al revés de lo que ocurre en la Tierra, en Venus el Sol sale por el oeste y se pone por el este. Pero eso da igual, ya que un hipotético observador ni siquiera podría verlo desde la superficie, ya que la capa nubosa se lo impediría. En aquel planeta el pronóstico meteorológico siempre es nublado.

Pero nada de ello eclipsa su espectacularidad en el firmamento. Aunque todos estamos acostumbrados a verlo al anochecer o al amanecer, Venus es tan brillante que si supiésemos dónde está podríamos localizarlo en el cielo en pleno día. De hecho, además del Sol y la Luna, es el único astro capaz de producir sombra una vez que reina la oscuridad. Su resplandor es tal que cuando estamos en plena naturaleza en su época de máximo brillo, si nos fijamos bien podemos apreciar el claro de Venus en las noches estrelladas sin Luna.

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